Desde los tiempos antiguos, la humanidad ha tenido la detestable costumbre de encerrar la Verdad, opacar la Luz, y reglamentar el conocimiento espiritual como si fuera propiedad privada de unos pocos elegidos.
Hoy, lamentablemente, esa práctica persiste aún en aquellos lugares donde la Palabra de Dios debería brillar libre y sin sombra alguna.
El Maestro Ismael Garzón Triana, con la claridad que propia de un Espíritu Esclarecido, dejó escrita una instrucción que no admite doble interpretación, en su magna Obra LOS ESTUDIOS ASTRALES ESPIRITUALES ANTE DIOS… «Dar a conocer las Leyes de Dios por todos los medios que en el terrestre existen»
¿ACASO NO HAY CLARIDAD EN SUS PALABRAS?
La Obra del Padre Supremo no fue enviada al terrestre para ser reservada a una jerarquía, ni limitada a un recinto, ni condicionada a una estructura legal o administrativa. Fue dirigida a todo aquel que ame a Dios, y esté dispuesto a servirle sin esperar recompensa alguna, sin temor a la censura de quienes, olvidando su deber, se erigen en jueces de lo que debe y no debe compartirse.
¿Cómo es posible que quienes se proclaman custodios de la Enseñanza, sean al mismo tiempo los primeros en ocultarla? ¿Con qué derecho limitan su lectura pública? ¿Quién les otorgó la potestad de impedir que se enseñe lo que fue dado para la libertad de conciencia y evolución espiritual de todos los hombres?
Esta frase tan clara como el sol, ha sido lamentablemente interpretada con rigidez por algunos que, desde su posición dentro del ostracismo institucional de una asociación, pretenden restringir su alcance. Dicen: “Todo amador de Dios no es cualquiera; es sólo quien sirve dentro de la Obra...”
…Y al hacerlo, deforman el sentido profundo y universal de la Enseñanza porque, ¿Acaso no es «amador de Dios» quien, sin grandes conocimientos, vive en silencio los valores de amor, compasión, verdad y servicio? ¿Acaso no es amador de Dios quien ayuda al necesitado sin esperar retribución, quien perdona de corazón, quien clama y agradece aún en medio del dolor? ¿O, será que el amor a Dios requiere primero un carné, una firma o inscripción a una asociación…?
No hermanos de mi espíritu; «Amar a Dios, es amar nuestros hermanos» El amor a Dios no se encierra en una construcción humana, no se mide por asistencia a reuniones ni votaciones espurias, ni por cercanía o simpatía con una junta directiva. Se vive, se respira, se siente, se actúa en lo cotidiano, en lo íntimo, en lo invisible a los ojos de los hombres, y transparente ante el Padre Supremo.
¿Cómo puede aprender la humanidad si no se le brinda la oportunidad de hacerlo? ¿Y cómo podrá alguien conocer la Obra si se le niega el acceso? Si se le dice: “Tú no puedes leerla porque no perteneces al grupo” Pregunto: ¿En qué parte enseñó el Maestro Ismael, que su Enseñanza es exclusiva para saciar la sed de conocimiento, sólo de quienes portan una membresía de la asociación?
No hermanos, el conocimiento y el amor, es lo único que, entre más se da, más crece y se multiplica; el conocimiento de la Ley es lo que lleva al alma a despertar, a encaminarse, a asumir con libertad el servicio. Cerrar ese acceso, limitarlo, condicionar la Enseñanza a imposiciones humanas con normas, normas, más normas y reglamentos que las mismas directivas no cumplen, es actuar con doble moral, y esconder la lámpara debajo del celemín, como dijo el Maestro Jesús del Galilea; y como también dijo: ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas!, porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera lucen hermosos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia.
¿Cómo creer entonces que, si la Obra es un bien para la humanidad, el mundo entero deba contar con la aprobación de una asociación para conocerla? ¿Dónde está su capacidad para dirigir al mundo entero como pretenden, cuando no ha podido orientar adecuadamente a un centenar de asociados en el país que vio nacer la Obra?
La Enseñanza fue entregada para todo el plano terrenal, no para un recinto cerrado. Fue dada para que se difunda por todos los medios que en el terrestre existen, no para que dependa del visto bueno de un puñado de representantes, cuando ellos mismos no cumplen la tarea encomendada.
Entonces, ¿Quién tiene derecho a impedir que un amador de Dios conozca su Obra en la Tierra para despertar su conciencia?
Este cuestionamiento no es burla ni desprecio; es un llamado a la humildad, porque pretender controlar el acceso a la Verdad, y pretender acatamiento y obediencia del mundo entero a una asociación, además de ignorancia, es un acto de arrogancia e ignorancia.
El que no ha logrado aún la armonía en sí mismo ni en su propio grupo, ¿Cómo puede dictar reglas a toda la humanidad? ¿Cómo puede ser que, quien no escucha al hermano cercano, pueda oír al hermano que reside en otro país?
El Maestro enseñó a dar, no a retener, a guiar, no a dominar; y el verdadero amador de Dios no necesita títulos ni autorizaciones; sólo necesita amar, respetar y agradecer. Amar es compartir con aquel que no tiene, con aquel que no sabe. Esa es la esencia de la Obra, esa es la Enseñanza que no puede ser amarrada ni condicionada a un grupo de personas, a una asociación ni a una élite espiritual.
ENSEÑANZA DEL MAESTRO ISMAEL
«Cuántos hay que poseen las grandes cantidades de riquezas y olvidan que, si esto tienen, es porque de ello mismo pudiera imprimir esas Leyes y darlas a todo aquel amador de Dios; también publicarlas por todos los medios que en el terrestre existen»
La Obra no pide permiso para hablar; ella se ofrece como un manantial de agua fresca para saciar la sed de conocimiento de los espíritus; y quien la encierra, la empantana.
La voz del Maestro acusa sin ambigüedad a quienes, en lugar de multiplicar la luz, la ocultan deliberadamente.
«¿Cuántos son los siervos de Dios que se ocultan entre el dinero, y sólo se acogen en el orgullo de poderes para humillar a otros?»
El Maestro, con palabra certera, denuncia aquí una de las formas más dolorosas de traicionar la misión espiritual: Convertir el servicio en plataforma de orgullo, de despotismo; así como el conocimiento en pedestal, y el Mensaje de Dios en medio de control.
No basta con proclamarse siervo de Dios ni ser elegido por un directorado que no comprende aún quién es, como tampoco comprende la estadía de su espíritu en la Tierra, porque si comprendieran algo de ello, no apoyarían con su voto, la tergiversación, manipulación y ocultamiento de la Enseñanza.
Por lo tanto, lo importante no es creer que servimos, sino cómo lo hacemos, con qué intención, y a quién se está sirviendo realmente…
Muchos aparentan entrega, pero en el fondo se ocultan, se cubren con discursos solemnes, con páginas ocultas que sólo ellos tienen y pueden leer, amparados en los estatutos de la asociación, que ellos mismos crearon a su antojo, y decretaron después: PÚBLÍQUESE Y CÚMPLASE, convirtiendo aquellas paredes en murallas y prisión del conocimiento, ocultándose entre el dinero y el orgullo de poderes; no siempre de forma directa, como quien vende abiertamente las Leyes Espirituales, sino con formas más sutiles, disimuladas, cobrando por hablar, por instruir, por adoctrinar; CONDICIONANDO LA EXPLICACIÓN DE LA OBRA al pago de honorarios por sus “servicios espirituales prestados”
Y junto al dinero, aparece la ostentación, el orgullo de poderes; ese engreimiento del ego que impulsa a las personas a creerse elegidos, mejores y superiores a sus hermanos, sólo por ostentar un cargo, con el que exigen ser obedecidos porque “tiene la representación y el conocimiento” pero no el ejemplo, porque no son guías sino subyugadores, no edifican, sino que destruyen la Obra al humillar al ignorante.
Este tipo de siervos no son siervos, sino actores. No sirven a Dios, sino a su propia causa e imagen. Y para conservar su posición, no dudan en desacreditar a otros, en minimizar lo que no controlan, y en mirar por encima del hombro a sus hermanos, que simplemente anhelan saciar su sed, y compartir esa Verdad sin títulos ni permisos.
Pero a Dios no engañan con sus apariencias; Él mira el corazón de los que sirven en silencio, de los que no confunden, de los que no cobran ni viven de la Enseñanza, de los que no buscan honores sino conquistar espíritus para multiplicar y extender la Obra. Y son a esos, a los pequeños, a los desapercibidos, a los rechazados por los “poderosos”, a quienes Dios suele usar para entregar su Mensaje.
Por eso el Maestro Ismael advierte; no para juzgar, sino para que cada quien se mire a sí mismo y se pregunte con sinceridad. ¿Estoy sirviendo por amor, o por reconocimiento? ¿Estoy compartiendo, o acumulando? ¿Estoy siendo canal de humildad, o instrumento de despotismo y de dominio?
Porque aquel que se oculta tras el dinero y el poder, puede ser siervo ante los ojos de los hombres, pero ha dejado de serlo ante los ojos de Dios.
Entonces, «¿Qué ha de ser de la vida de estos espíritus, que como siervos les han dado todo para divulgar las Leyes de Dios y han hecho lo contrario? Han comerciado con las Leyes de Dios, el Padre Supremo. Por la misma razón confunden esas Leyes y las tapan para que nadie las comprenda»
Este llamado no es una simple reflexión; es una sentencia dirigida a aquellos espíritus que fueron escogidos para una misión espiritual, pero terminaron traicionando el legado.
No se habla aquí de los que ignoran, sino de los que sabían, de los que recibieron, de los que fueron encomendados para enseñar y divulgar la Obra; sin embargo, hicieron negocio con ella.
«¿Qué ha de ser de la vida de estos espíritus, que como siervos les han dado todo para divulgar las Leyes de Dios, y han hecho lo contrario?»
En lugar de multiplicar la Enseñanza, la restringieron, en lugar de compartir, administraron, en lugar de servir, cobraron. Y lo más grave; confundieron las Leyes, las distorsionaron, las envolvieron en burocracia y poder, de modo que ya no fueran comprendidas por las almas sencillas, aquellas a quien Dios quiere llegar primero.
Por ello os digo hermanos de mi espíritu: Ningún espíritu que haya recibido el don de conocer las Leyes de Dios, puede impunemente burlarlas. Mucho menos aquel a quien se le encomendó la misión de divulgarlas. Porque no se trata sólo de lo que dejaron de hacer por propia alma, sino del daño profundo que causaron al retener el conocimiento que a tantos podía haber despertado. Taparon la Obra con pretextos, la encerraron entre actas, la envolvieron en cadenas de dominio humano, y se atrevieron a llamarse sus custodios, cuando en realidad fueron sus carceleros.
¿Acaso no sabían que por cada alma a la que impidieron llegar, cada conciencia a la que confundieron, cada buscador al que hicieron desistir, será testigo de su deuda ante la Ley? Ningún poder, ni el verbal ni el legal, podrá interceder cuando la Balanza de la Justicia Divina se incline, no por castigo, sino por consecuencia justa; porque quien obstaculiza la evolución de otros, se atrasa a sí mismo en proporción exacta al daño cometido. Así, si fueron mil a los que dejaron sin conocimiento, su carga abarcará mil sombras; si fueron diez mil, diez mil serán las puertas que deberán ir abriendo, una a una con lágrimas, esfuerzo y verdadero arrepentimiento.
No se les desea mal, porque la Justicia Divina no necesita el deseo humano para cumplirse; pero sí se dice la Verdad; «Nadie juega con las Leyes de Dios sin cosechar el fruto exacto de lo que sembró»
La Misericordia es infinita, pero no sustituye la Ley; y si en esta vida no despiertan, será en la próxima, bajo la misma estructura que ellos mismos edificaron, que recibirán de otros la misma negación, la misma indiferencia, el mismo peso, la misma persecución que hoy ejercen sobre sus hermanos, porque Dios no castiga; enseña. Pero sus lecciones, cuando no se atienden con humildad, llegan envueltas en las circunstancias necesarias para que, al fin, el alma aprenda.
«Han comerciado con las Leyes de Dios…»
Este no es una consecuencia menor; no se trata sólo de cobrar dinero, sino de convertir en mercancía la Palabra, el Mensaje de Dios entregado por intermedio del Maestro Ismael a la humanidad.
Algunos lo hacen al poner precio a las labores espirituales de la Enseñanza, otros, al condicionar su acceso a una membresía o estructura; y otros más, al vender autoridad espiritual como si fuera un rango conseguido con diplomas humanos; pero el Maestro va aún más allá; Él revela el efecto de esta corrupción: Confusión y oscuridad para el espíritu.
«Por la misma razón confunden esas Leyes…»
Cuando se comercia con la Palabra de Dios, la Verdad se desdibuja, el lenguaje se vuelve oscuro y mezquino, el mensaje pierde frescura, la Enseñanza que debería ser clara como el agua viva, se vuelve confusa, cargada de palabras sin alma, sin esencia. Y así se tapa; no con un manto visible, sino con el polvo del orgullo, la soberbia, la vanidad, la mentira, el amedrantamiento y el deseo de controlar y superar.
«…Y las tapan para que nadie las comprenda»
No por error, sino por elección; porque cuando se pierde la intención, la esencia, se teme que otros comprendan; se teme que los sencillos descubran que la Verdad no pertenece a ninguna estructura, sino que vibra en el corazón de quien se inclina ante Dios por sus hermanos.
Y así volvemos a la pregunta del Maestro:
«¿Qué ha de ser de la vida de estos espíritus?»
No lo dice con odio, sino con dolor, porque esos espíritus fueron llamados a grandes tareas. Se les confió las Leyes del Padre Supremo para conducir a los espíritus por la senda de la Luz y Verdad, y han hecho lo contrario, los han extraviado…
Aún están a tiempo, pero si no rectifican, si no vuelven al camino del servicio verdadero, tendrán que responder, no sólo por lo que callaron, sino por los que perdieron la oportunidad de comprender; porque quien tapa la Verdad, se interpone en la evolución de los espíritus; y no hay causa más grave que ésta, ante los ojos de Dios.
«Es muy visible que las Leyes Espirituales las esconden en los grandes álbumes; y como he dicho, las tapan. Entonces ¿Quiénes son esos espíritus? Y luego, si sale algo a la luz por medio de otro, entonces dicen: ya eso lo sabíamos, porque hace miles de años que esto existe. Y entonces, ¿Por qué tienen al pueblo en la oscuridad? ¿Por qué?»
«Es muy visible que las leyes espirituales las esconden en los grandes álbumes y, como he dicho, las tapan»
Estas palabras del autor de la Obra, están dirigidas a la conciencia de quienes, habiendo recibido el conocimiento, lo han encerrado entre tapas duras, actas, sellos, candados, burocracia y permisos. El Maestro Ismael, con sabiduría y firmeza, no señala el lugar donde está el libro, sino el estado del alma de aquellos que lo interpretan, que pudiendo compartir las Leyes de Dios, decidieron ocultarlas.
Las Leyes espirituales no se escribieron para adornar bibliotecas ni para engrosar archivos de consulta restringida. Fueron dadas para vivirse y divulgarse, porque su función es transformar. No pueden cumplir su propósito mientras estén guardadas, mientras se limiten al uso privado de unos pocos “elegidos”, mientras se pronuncien sólo dentro de reuniones formales dirigidas por quienes tienen el poder humano, no necesariamente el discernimiento ni la guía espiritual.
«Entonces, ¿Quiénes son esos espíritus?»
Son aquellos que temen perder la hegemonía, el control sobre la Enseñanza; son aquellos que, en lugar de divulgar su contenido, lo retienen, son aquellos que creen servir a Dios, pero en realidad sirven a una estructura, son los que, con buena o mala intención, se volvieron centinelas del techo que los cubre, del sustento material que les provee la razón social, el nombre del libro, pero no su esencia, que bien puede sustentar el alimento espiritual, tanto a ellos, como a la humanidad entera.
No hablamos aquí con ánimo de herir, sino de despertar, porque muchos de estos espíritus fueron llamados al servicio, pero en un punto de su existencia torcieron su camino, cambiaron la entrega por el orgullo, la misión por el título, la siembra por la administración de poder.
Esconder las Leyes espirituales en «grandes álbumes» es símbolo del formalismo estéril, de letra muerta, del conocimiento sin acción. Se olvidan de que no basta con tener el libro o la Enseñanza, si no se comparte este pan, este alimento espiritual.
¿Quiénes son entonces esos espíritus?
Son los que aún están a tiempo de volverse al Padre, de abrir los álbumes, de dejar que la Palabra, el Mensaje de Dios se expanda libremente, y de permitir que la humanidad al fin despierte; y si no lo hacen, Dios se valdrá de otros, porque su Verdad no depende de hombres, asociaciones ni permisos humanos. Y quien tape la Ley para conservar su poder, tarde o temprano deberá responder… ¿Por qué la escondisteis? ¿A quién servisteis? ¿A qué le temíais?
«…Y luego si sale algo a la luz por medio de otro, entonces dicen: ya eso lo sabíamos porque hacia miles de años que esto existe, Y entonces, ¿Por qué tienen al pueblo en la oscuridad? ¿Por qué?»
El Maestro Ismael no está sólo revelando una actitud hipócrita, sino denunciando una falta grave; el de negar a la humanidad el acceso a la Verdad, por orgullo, por maldad o por indiferencia.
Esta reacción soberbia que pretende desacreditar y callar la voz de quienes sí hablan, de quienes comparten la Enseñanza, nace del ego. No soportan que alguien sin “credencial” sin “rango” ni “permiso” lleve a cabo la voluntad del autor. Prefieren fingir superioridad intelectual antes que reconocer que han fallado en su misión de enseñar; porque quieren conservar el crédito del conocimiento sin asumir la responsabilidad de haberlo ocultado.
El conocimiento no puede ser privilegio de nadie. Y si Dios habla a través de distintos mensajeros, ¿Acaso no es para que la humanidad despierte? ¿No es para que se cumpla aquello que el Maestro Ismael dejó escrito en su Obra; «Dar a conocer las Leyes de Dios por todos los medios que en el terrestre existen?»
El autor desenmascara con esta frase, no sólo la falsedad de quienes ocultan y luego simulan saber, sino también la gravedad de ese ocultamiento: ¿Por qué tienen al pueblo en la oscuridad, por qué?
Porque callar una verdad que puede salvar, liberar o consolar, es igual a condenar. Y quien calla por orgullo, por conveniencia o por celos espirituales, se hace cómplice de la ignorancia al traicionar los Mandatos Divinos.
Por eso, que no nos asombre si los que hoy levantan la Voz no son los “autorizados”, ni los directores, ni los que aparecen en las actas; sino aquellos “clandestinos” como nos llaman despectivamente a quienes no portamos las credenciales de la asociación, pero que amamos la Verdad por encima del juicio y la orden del humano; comprendemos que, el conocimiento espiritual no se hereda por cargo, ni por elección humana, sino por estudio, por merecimiento y servicio desinteresado. Y si algún día, cuando compartas la Enseñanza, alguien dice de ti: “eso que tú enseñas, ya lo sabíamos”, puedes responder con calma y verdad:
“Si lo sabíais, ¿Por qué lo ocultasteis? ¿Y si lo sabían, por qué no lo dijeron antes? ¿Y si conocían la Verdad, por qué no la compartieron con humildad y amor? ¿Y si sabían de este pan espiritual, por qué no alimentaron a vuestros hermanos?
Estas preguntas no buscan crear división, sino despertar conciencia.
De mí, dicen a mis hermanos: “Él no es nada ni nadie en la Obra, es ajeno a la Enseñanza porque no pertenece a nuestra asociación.”
Pero olvidan que servir a Dios no depende de una firma, ni de un cargo, ni de un aplauso humano. Quien comparte la Verdad con lealtad, sin desvirtuarla, sin añadir ni quitar, puede ser más siervo de Dios que muchos que se sientan en tronos vacíos de amor.
Sabed hermanos míos que: «Quienes obstruyan el paso de la Verdad, quedarán aferrados a su propia oscuridad, porque las Leyes de Dios no se negocian, se viven y se revelan. La Verdad no es prisionera del mundo ni del hombre; es llama del Espíritu; y quien se atreve a encenderla, ilumina senderos más allá de su propia vida…»
Vuestro amigo, hermano y servidor,
-Héctor Fabio Cardona-