miércoles, agosto 12, 2020

PARACELSO (Felipe Aureolo Teofrasto Bombasto de Hohenheim)


PARACELSO
(Felipe Aureolo Teofrasto Bombasto de Hohenheim)

Este hombre genial, el gran Paracelso, divino Paracelso como le llaman muchos, una de las figuras más preeminentes que surgieron en los albores del Renacimiento, vio la luz en Einsiedeln Suiza, el día 10 de noviembre de 1493, y fue bautizado con el nombre de Teofrasto, como recuerdo del pensador griego Teofrasto de Eresos, al cual el doctor Hohenheim, padre de nuestro biografiado, admiraba profundamente. 

El nombre de Felipe le fue añadido, sin duda más tarde, pues lo cierto es que Paracelso no lo usó jamás; el sobrenombre de Aureolus, debió ser aplicado por sus admiradores en las postrimerías de su vida, ya que hasta el año 1538, no vemos que aparezca en ningún documento relacionado con su personalidad. Y en cuanto al nombre famoso de Paracelso, existe la opinión de que fue su padre el que se lo dio cuando era todavía un muchacho, queriendo así demostrar que entonces era ya más sabio que Celso, médico célebre que vivió en tiempo del Emperador Augusto, y autor de un libro de medicina mucho más avanzado que los de su época. 

Ya a partir del año 1510 fue conocido bajo el nombre de Paracelso, y aun cuando muy raramente lo hubiese incluido en su firma, lo cierto es que lo estampó en sus grandes obras filosóficas y religiosas, y así mismo sus discípulos le llamaban Paracelso, y ese nombre es el que apareció siempre en las controversias y en los ataques injuriosos de que fue víctima. 

INFANCIA DE PARACELSO 

Paracelso era un niño bajito, enclenque, con tendencia al raquitismo, por lo cual reclamaba los más cariñosos cuidados. Estos los recibía de su propio padre, que sentía por él una infinita ternura. El doctor Hohenheim, daba una importancia extraordinaria a los efectos salutíferos del aire libre respirado en plena Naturaleza; por esto, cuando el muchacho hubo crecido, hizo de él su compañero de excursiones consiguiendo así robustecer su cuerpo y enriquecer su espíritu. 
En estas correrías fue cuando aprendió los nombres y las virtudes de las hierbas y plantas curativas, así como los diversos modos de usarlas; conoció los venenos y sus antídotos, y así mismo el arte de preparar toda clase de pócimas. 

La Farmacia no se hallaba entonces en Europa, reconocida oficialmente como lo estuvo en China, en Egipto, en Judea y en Grecia, millares de años antes de la Era Cristiana. De hecho, la primera farmacopea pertenece a Núremberg y data de 1542, el año que Siguió a la muerte de Paracelso. Se puede afirmar pues, que la mayor parte de las hierbas medicinales que hoy se recetan, se conocían ya en la Edad Media, y los religiosos las cultivaban amorosamente en los jardines de sus conventos; por eso han conservado hasta ahora algunos conocimientos de sus usos. 

En las praderas y en los bosques próximos al río Sihl, en el valle donde abundan los pantanos, las sucesivas estaciones hacen florecer y fructificar gran número de plantas. En los prados crecen la genciana, la margarita, la salvia, la francesilla, la camamila, la villorita, la borraja, la angélica, el hinojo, el comino y la adormidera. En los bosques abundan las acelgas, la aspérula, la belladona, la datura, la violeta y las gramíneas silvestres. En los ribazos, en los declives de los montes y por los caminos se encuentran la campánula, la digital, la achicoria, la centáurea, la verónica, la merita, el timol, la verbena, la zarzaparrilla, los líquenes, la hierba sanjuanera, la potentila, el llantén y el avellano silvestre. En los terrenos cenagosos se recogen las prímulas con manchas de color malva y violeta, los miosotis, las plantas vulnerarias, los helechos y la cola de caballo. Y sobre los páramos, el brezo, la rosa de los Alpes, la rubia de Levante, la saxífraga, la esparceta, la pirola y toda suerte de semillas. 

Se desprende de las propias memorias de Paracelso que su padre fue su primer maestro de latín, de botánica, de alquimia, de medicina, de cirugía y de teología; mas hubo en él otras influencias educadoras, las cuales el doctor Hohenheim no pudo infundirle. Estas influencias fueron debidas al espíritu inquieto de la época de la nueva Era que se estaba preparando. 

Hemos de averiguar ahora, cómo esta manifestación de su época tuvo relación con el audaz investigador de la Naturaleza y de la Medicina, entre la multitud que seguía aferrada aún a los métodos filosóficos y a las creencias religiosas de la Edad Media; hemos de ver cómo su inteligencia vivaz comprendió que las viejas enseñanzas estaban condenadas a desaparecer y renovarse como todas las demás cosas. 

El espíritu del Renacimiento fue indiscutiblemente el que dio a Paracelso ese gran impulso hacia la inducción científica y al método experimental. La alianza de este espíritu científico con las corrientes espirituales de la Reforma, con su influencia sobre el alma de los hombres, debida realmente a Lutero, nos explicará la formación de su personalidad, aparentemente contradictoria. 

Las teorías reinantes estaban en difusión activa mucho antes de Lutero. Doscientos cincuenta años atrás un alma solitaria, Roger Bacon, tuvo la visión que iluminó las tinieblas acumuladas de quince siglos de ignorancia y descubrió la clave del divino tesoro de la Naturaleza. 

En 1483 nació Lutero; diez años más tarde Paracelso; en 1510 vio la luz el famoso médico y filósofo milanés Jerónimo Cardano, y en 1517 nació el celebérrimo cirujano Ambrosio Paré. Copérnico, el astrónomo revolucionario, y Pico de la Mirándola fueron contemporáneos de esta pléyade ilustre. Todo apareció de una vez: nueva concepción religiosa, nueva filosofía, nuevas ciencias, y una gran renovación en el mundo del arte. 

INICIACION DE PARACELSO 

Paracelso, de muy joven fue enviado a la famosa escuela de los benedictinos del monasterio de San Andrés, en el Lavanthal, para su instrucción religiosa, y aquí fue donde trabó amistad con el obispo Eberhard Baumgartner, al cual se le consideraba como uno de los alquimistas más notables de su tiempo. Tanto fue el ardor con que Paracelso emprendió sus trabajos de laboratorio, tanta su fuerza de observación de los fenómenos que estudiaba, que muy pronto se halló en condiciones insuperables para acometer un trabajo que se adelantaba a su siglo. Por fortuna, además el clima de Karinthie favoreció en gran manera su desarrollo físico, consiguiendo disfrutar de una salud casi perfecta.

Pasó luego Paracelso a Basilea, donde hizo grandes progresos en el estudio de las Ciencias Ocultas. Por aquellos tiempos era imposible dedicarse a la medicina sin conocer profundamente la astrología. La ciencia experimental estaba por nacer. Todos los conocimientos que se adquirían en los colegios o conventos eran puramente dogmáticos; sus enseñanzas eran conservadas respetuosamente durante muchos siglos. 

El misticismo y la magia convivían con las teorías más opuestas. Los hombres más célebres le rendían homenaje. William Howitt un médico notable, escribió las siguientes palabras: 

"El verdadero misticismo consiste en la relación directa entre la inteligencia humana y la de Dios. El falso misticismo no busca la verdadera comunión entre Dios y el hombre. Es espíritu absorbido en Dios está protegido contra todo ataque. La mente puesta en Dios aclara la inteligencia." 

Este fue el misticismo que Paracelso se esforzó en adquirir; la unión de su alma con el Espíritu Divino, a fin de poder concebir el funcionamiento de este Espíritu universal dentro de la Naturaleza. 

Al salir para Basilea, había adquirido ya la práctica de las operaciones quirúrgicas, ayudando a su padre en la curación de heridos. En sus Libros y Escritos de Cirugía nos cuenta que tuvo los mejores maestros en dicha ciencia, y que había leído y meditado los textos de los hombres más célebres presentes y pasados. 

Poca cosa se sabe de la estancia de Paracelso en Basilea, únicamente consta que fue en el año 1510. La Universidad estaba entonces en manos de los escolásticos y los pedantes de la época. Muy pronto se dio cuenta Paracelso de que nada iba a salir ganando con las enseñanzas estúpidas de aquellos doctores. 

''El polvo y las cenizas respetadas por estos espíritus estériles —escribe— se habían elaborado y transformado en materia importante.” 

Paracelso renunció olímpicamente a terciar en la lucha con aquellos sabios, guardianes petrificados de la ciencia oficial. Él quería la verdad y no la pedantería; el orden y no la confusión, el experimento científico y no el empirismo. 
Paracelso, según propia manifestación, había leído las obras manuscritas del abate Tritemio, que figuraban en la valiosa biblioteca de su padre; y tanto le sedujeron, que decidió trasladarse a Würzburgo, lugar donde permanecía el sabio abate en comunión con sus discípulos. 

Tritemio o Tritemius, se llamaba así en virtud del lugar de su nacimiento, Treitenheim cerca de Trêves. Su verdadero nombre era Juan Heindemberg. De muy joven era ya célebre por su sabiduría; a la edad de veintiún años fue elegido abate de Sponheim. En 1506 fue trasladado al convento de San Jaime, cerca de Würzburgo, donde murió en diciembre de 1516.

Afirmaba que las fuerzas secretas de la Naturaleza estaban confiadas a seres espirituales. Abundaban sus discípulos, y a los que estimaban dignos, les admitía en su laboratorio, donde se manipulaban toda clase de experimentos alquímicos y mágicos. 

Como hemos dicho, Paracelso emprendió su gran viaje a Würzburgo. Estaba entonces algo más robusto, aunque su estructura continuaba siendo insignificante. Cuando se instaló en dicha ciudad. El abate Tritemio era considerado por las gentes ignorantes como un brujo peligroso. Había penetrado ciertos misterios de la Naturaleza y del mundo espiritual; acertó a dar con algunos fenómenos raros que hoy llamamos magnetismo y telepatía

En ciertos experimentos psíquicos consiguió éxitos sorprendentes; él quizá, fue el primero que nos ha hablado de la transmisión del pensamiento a distancia. A él se deben los primeros ensayos de la criptografía o escritura secreta. Era así mismo un gran conocedor de la Cábala, por medio de la cual había dado profundas interpretaciones de los pasajes proféticos y místicos de la Biblia. Por ello colocaba las Santas Escrituras por encima de todos los estudios; sus alumnos debían dedicarles toda su atención y todo su amor. 

En esto, Paracelso se sintió influido por todo el resto de su vida, ya que el estudio de la Biblia fue posteriormente una de las tareas que le ocuparon más intensamente. En sus escritos hallamos el testimonio de su conocimiento perfecto del lenguaje y del profundo significado esotérico del Gran Libro. 

Si bien es cierto que estudió las Ciencia Ocultas con el abate Tritemio, llegando a conocer las fuerzas misteriosas del mundo visible e invisible, no es menos cierto que abandonó muy pronto ciertas prácticas mágicas, por creerlas indignas y contrarias a la divina voluntad. Sobre todo, aborreció la Nigromancia, que practicaban hombres poco escrupulosos, convencido de que con ella sólo se atraían las fuerzas maléficas. Renunció así mismo a toda ganancia personal que derivase del ejercicio de la Magia, pues ésta, según él, sólo era permitida cuando se trataba de curar desinteresadamente o hacer otro bien cualquiera a nuestros semejantes. 

Fue con esta finalidad que se lanzó a las investigaciones y a los experimentos de magia divina. Discernía perfectamente el alimento mental y espiritual del que era impropio y falaz para alcanzar la unión de su alma con la divinidad. 

Curar a los hombres como Cristo los había curado; éste era todo su anhelo, y quizá la misma comunión con el Señor le invertiría de este poder sublime. Entre tanto, recibía de Dios las gracias de saber buscar y hallar todos los medios de curación con los cuales el Creador había provisto a la Naturaleza. 

PARACELSO, MEDICO Y ALQUIMISTA 

Paracelso se entregó como hemos dicho antes, con un fervor y un entusiasmo sin límites al estudio profundo de la Alquimia. ''La Alquimia —dice nuestro biografiado— no tiene por objeto exclusivamente la obtención de la piedra filosofal; la finalidad de la Ciencia Hermética consiste en la curación de las enfermedades.” 

Con todo, no pudo substraerse a la preocupación dominante de la época, y se ocupó también por algún tiempo en aquellas prácticas alquímicas que enseñaban a transformar en oro los metales ''impuros". 

Según algunos autores, salió triunfante en su magna empresa y no prosiguió en la obra una vez satisfecha su curiosidad, pues no perseguía otro fin que la evidencia de ciertas doctrinas, condición que él creía de todo punto indispensable. 

Los biógrafos de Paracelso, al hablar de él como alquimista, le colocan en el rango más elevado. Afirman todos unánimemente, que poseía un poder escrutador que le permitía penetrar el espíritu mismo de las cosas de la Naturaleza. 

Peter Ramus escribe: “Paracelso se interna en las entrañas más profundas de la Naturaleza, las explora y sabe ver, a través de sus formas la influencia de los metales con una penetración tan sagaz que llega a extraer de ellos nuevos remedios.” 

Melchor Adam, uno de los biógrafos de Paracelso que más ha estudiado su personalidad desde el punto de vista científico, ha dicho: "En lo referente a la filosofía hermética tan ardua, tan misteriosa, nadie le Igualó.” 

Abandonó, mejor dicho, rechazó el estudio de la Crisopeya o el arte de "hacer oro" por repugnar a su espíritu noble y desinteresado, pero aprovechó abundantes prácticas alquímicas que, a su juicio podían ser desarrolladas y aplicadas a la Medicina. Estaba persuadido de que casi todos los minerales sometidos al análisis, podían darnos a conocer grandes secretos curativos y vivificantes y conducir a nuevas combinaciones perfectamente eficaces para ciertas enfermedades mentales o físicas. Consideró como base propia de la divina creación, que toda sustancia dotada de la vida orgánica, aunque aparentemente inerte, contenía gran variedad de potencia curativa.  No calificaba como hacían sus contemporáneos, de divina la Alquimia, cuyo único objeto era fabricar oro. Para él, los fuegos del hornillo crisopeico tenían otras grandes utilidades, y los que obraban bajo la divina intuición, se transformaban pronto en fuegos purificadores en beneficio de la humanidad. 

Digamos ahora algo de la bibliografía de Paracelso. Esta fue muy extensa. Hoy, los libros de este hombre genial, sobre todo sus primeras ediciones, se pagan a peso de oro. Todas sus obras originales fueron repetidamente reproducidas y traducidas a la vez en todos los idiomas cultos. No intentaremos pues, hacer siquiera un resumen de su producción; nos limitaremos a citar algunas de las obras menos conocidas. 

Opera Omnia Médico-Chirugica tribus volumtnibus comprehensa. Ginebra, 1658, Tres volúmenes en folio

En esta obra se halla reunida casi toda su labor. Índice: Tomo I: Tratado médico. patológico y terapéutico ocultos. Misterios magnéticos. Tomo II: Obras mágicas, filosóficas, cabalísticas, astrológicas y alquímicas. Tomo III: Anatomía y cirugía propiamente dichas. 

Arcanum Arcarorum seu Magisterium Philosophorum. Leipzig, 1686. Un volumen in-80

Esta obra es también interesantísima por tratar extensamente de las Ciencias Ocultas. Se reimprimió en Frankfurt, el año 1770. 

Disputationum de Medicina Nova Philippi Paracelsi. Pars prin in qua quias de remediis superstitionis et magicis curationibus ille prodidit. proecipue examinantur a Thoma Erasto, medicina schola Heydelbergeuti professore ad ilustris. principium. Liber omnibus quartonctcnq: artium et scientiarum studiosis opprime cton necessarius turn utillS. Basileae apud Petrum Perna, sin año (1536). Un vol.in-40. 

Además de su alto valor científico. esta Obra despierta un interés muy grande por hallarse en ella la lucha entablada con Tomás Erasto. el enemigo más formidable de Paracelso

Hemos citado únicamente estas tres obras en latín por creer que con ellas se puede formar un juicio acabado del célebre médico, considerado desde todos los puntos de vista. 

Son muchísimas más las obras que publicó en latín y en alemán. En cuanto a las traducciones son igualmente numerosas. El Manual bibliographique des sciences psichiques, de Alberto L. Caillet, cita más de treinta títulos, y hay que tener en cuenta que dicha Bibliografía data de 1913. Nosotros tenemos noticias de muchas reimpresiones posteriores a dicha fecha. Entre estas Últimas citaremos la siguiente, por considerarla muy interesante: PARACELSE (Théophraste): Les sept Livres de l'Archidoxe Magique, trauits pour la première fois en français, texte latin en regard. París, 1929. Un vol. in-40

Contiene numerosos secretos y talismanes preciosos contra la mayor parte de las enfermedades, para alcanzar una vida sin inquietudes; sobre la doble vista, etcétera. 

Las obras de Paracelso, como todas las que versaban sobre ciencias ocultas; astrología, magia, alquimia, etc., contienen algunas frases obscuras que sólo los iniciados conocían en todo su valor. Los alquimistas, sobre todo, velaban sus secretos mediante símbolos y frases alegóricas, que los profanos tomándolos al pie de la letra, les daban las más grotescas interpretaciones. Paracelso, iniciado por el abate Tritemio, adoptó su terminología, añadiendo de su cosecha voces originarias unas veces de la India, otras del Egipto

En el glosario de Paracelso hallamos que el principio de la sabiduría se llama Adrop y Azane, que corresponde a una traducción esotérica de la piedra filosofal. Azoth es el principio creador de la Naturaleza o la fuerza vital espiritualizada. El Cherio es la quintaesencia de un cuerpo, sea éste animal, vegetal o mineral, su quinto principio o potencia. El Derses es el soplo oculto de la Tierra que activa su desenvolvimiento. El llech Primun es la Fuerza Primordial o Causal. La Magia es la sabiduría, es el empleo consciente de las fuerzas espirituales para la obtención de fenómenos visibles o tangibles, reales o ilusorios; es el uso bienhechor del poder de la voluntad, del amor y de la imaginación, es la fuerza más poderosa del espíritu humano empleada en el bien. La Magia no es brujería

Podríamos llenar muchas páginas citando voces del glosario de Paracelso y de los alquimistas en general, pero creemos que son suficientes las que hemos transcrito para dar una idea del carácter oculto de su terminología. 
La clave, sin embargo, de ese lenguaje misterioso no se ha perdido. Ha sido guardada celosamente por los cabalistas y transmitida oralmente entre los iniciados. En la actualidad, los poseedores de dicha clave son los llamados Martinistas y los Rosacruces

Gracias a ella, el sistema filosófico-religioso1 de Paracelso ha podido ser recuperado en toda su integridad. 

1. El término "religioso" aquí empleado no hace referencia a ninguna de las religiones positivas, sino al reconocimiento espiritual de la Verdad Divina

Observamos que hizo una división de los elementos a estudiar en los cuerpos animales, vegetales o minerales. Los dividió en Fuego, Aire, Agua, y Tierra, como lo habían hecho los antiguos. Estos elementos se hallan presentes en todo cuerpo organizado o no, y separables unos de otros. Para proceder a la separación eran indispensables los laboratorios provistos del material adecuado. El hornillo era insuficiente; hacía falta un fuego capaz de poner al rojo vivo el crisol para mantener constantemente el calor y poderlo aumentar cuando fuese necesario. 

Se necesitaba una continua provisión de agua, de arena, de limaduras de hierro para calentar gradualmente los hornillos. En los armarios y en las mesas del laboratorio había balanzas perfectamente niveladas, morteros, alambiques, retortas, crisoles esmaltados, vasos graduados, gran variedad de vasijas de cristal, etc., y un alambique especial para proceder a las destilaciones. 

Con un laboratorio bien montado, el alquimista capaz de aplicarse rigurosamente a su trabajo, ejercido en la minuciosa observación de las reglas alquímicas, puede verificar las diferentes operaciones que son indispensables para someter al análisis las sustancias escogidas y extraer de ellas la quintaesencia o el Arcana, esto es, las propiedades intrínsecas de los minerales y vegetales. 

La quintaesencia, infinitesimal a veces en cantidad, hasta en los grandes cuerpos, afecta, no obstante, la masa en todas sus partes, como una sola gota de bilis produce el mal humor o unos centigramos de azafrán son suficientes para colorear una gran cantidad de agua. 
Los metales, las piedras y sus variedades llevan en sí mismos su quintaesencia, lo mismo que los cuerpos orgánicos, y aunque se consideran sin vida, para distinguirlos de los animales y de las plantas, contienen esencias de cuerpos que han vivido. 

He ahí una notable afirmación. Paracelso la sostiene con su teoría de la transmutación de los metales en sustancias diversas, teoría sostenida igualmente por los ocultistas modernos. 

¡Qué clarividencia la de este hombre respecto al reino mineral! Nadie podrá negarle a Paracelso el título de verdadero sabio, pues él, con sus investigaciones sutiles, supo arrancar los más recónditos secretos de la Naturaleza, secretos que hoy la ciencia explica mejor, sin duda gracias a los descubrimientos de observadores que disponen de mayores medios científicos, como lo han demostrado Madame Curie y sus colaboradores. 

Mientras consideramos el nuevo sistema de filosofía natural desarrollado por Paracelso, no hay que olvidar que han transcurrido cuatro siglos desde entonces. Fue él, en realidad, quien concibió dichas investigaciones, inspirando con ellas las grandes inteligencias de su época y de las generaciones que siguieron.2 

2. El momento histórico es de suma importancia para la justa apreciación de ese descubrimiento. Preciso es estudiar las condiciones del siglo XVI para apreciar en todo su valor lo que Paracelso realizó, al objeto de conseguir su alta moralidad, que despertó un odio feroz en todos los hombres de carácter ruin, de bajos sentimientos y de mentalidad nada lúcida, y para comprender su ánimo inalterable ante las rencorosas oposiciones de sus enemigos. 

Sus análisis eran efectuados por medio de diferentes procedimientos: por el fuego, por el vitriolo, por el vinagre y por la lenta destilación; sus principales investigaciones fueron sobre las propiedades curativas de los metales, anticipándose a lo que llamamos hoy metaloterapia; tuvo por colaborador al famoso obispo Erhard de Lavanthall, al cual incluyó en el número de sus maestros. El bismuto fue una de las sustancias que analizó con preferencia, clasificándola de semimetal, y es, seguramente gracias a dicha sustancia, que previó la existencia de las propiedades activas de los minerales, que surgieron los procedimientos de la transmutación. Descubrió asimismo el reino, que clasificó también como semimetal; y fue una de las numerosas aportaciones que hizo a la farmacia. 

Entre éstas hubo preparaciones de hierro, de antimonio de mercurio y de plomo. El azufre y el ácido sulfúrico fueron objeto de interés y prácticas especiales, representando para su espíritu una sustancia fundamental, ya que materializaba la volatilidad. Hizo investigaciones sobre amalgamas con el mercurio, con el cobre, sobre el alumbre y sus usos, y sobre los gases producidos por la solución y la calcinación. Lo que quedaba en estado de ceniza en virtud de la calcinación, lo consideraba como indestructible y secreta parte de una sustancia: su sal, incorruptible. E la c2 sal siérica de los alquimistas. 

Estas investigaciones culminaron en su Teoría de las Tres Sustancias, bases necesarias a todos los cuerpos, y que él llamó azufre, mercurio, sal en su lenguaje cifrado. El azufre significaba el fuego; el mercurio, el agua; la sal, la tierra. De otro modo; la volatilidad, la fluidez, la solidez. Omitió el aire por considerarlo producto del fuego y del agua. Todos los cuerpos orgánicos o minerales, hombre o metal, hierro, diamante o planta; eran según él, combinaciones variadas de esos elementos fundamentales. Su enseñanza sobre la base y las cualidades de la materia, se ciñe a esa Teoría de los Tres Principios, que consideraba como premisas de toda actividad, los límites de todo análisis y la parte constitutiva de todos los cuerpos. Ellos son el alma, el cuerpo y el espíritu de toda materia, que es única. La potencia creadora de la Naturaleza, que él denominó Archeus, proporciona a la materia infinidad de formas, conteniendo cada una de ellas su alcohol propio, o sea su alma Animal, y a la vez su Ares, o sea su carácter específico. El hombre posee, además, el Aluech, o sea la parte puramente espiritual. 

Esta fuerza creadora de la Naturaleza es un espíritu invisible y sublime; es como un artista y artesano a la vez que se complace variando los tipos y reproduciéndolos. Paracelso adoptó las voces Macrocosmos y Microcosmos para expresar el gran mundo (Universo) y el pequeño mundo (el Hombre) los cuales, según él, los considera como un reflejo uno de otro. 

Además de las investigaciones antedichas, descubrió el cloruro, él opio y el sulfato de mercurio, el calomel y la flor de azufre. A fines del siglo pasado se recetaban aún a los niños un laxante compuesto de jarabe de fresas y unos polvos grises, remedio excelente debido a la terapéutica de Paracelso; así como el ungüento de zinc, que no ha dejado de recetarse jamás, procede del laboratorio paracelsiano. Asimismo, él fue el primero que utilizó el mercurio, y para ciertas enfermedades depauperantes, el láudano

Paracelso escribía con una claridad meridiana. Únicamente en sus escritos sobre alquimia se hallan ciertas frases enigmáticas, como acontece en todos los demás autores que tratan de dicha materia. Ninguna complicación hay en su estilo, nada de la verbosidad ampulosa y torturada, característica del Renacimiento. Su frase es contundente, y se expresa como hombre convencido de que conoce a fondo el asunto de que trata. En algunas de sus obras hallamos la breve y fecunda expresión de un clarividente y sus pensamientos van revestidos de un lenguaje que los pone a la altura de los aforismos que perduran a través de los tiempos. 

La Fe —dice— es una estrella luminosa que guía al investigador a través de los secretos de la Naturaleza. Es preciso buscar vuestro punto de apoyo en Dios, y poner vuestra confianza en un credo divino, fuerte y puro; acercaos a El de todo corazón, llenos de amor y desinteresadamente. Si poseéis esa fe, Dios no os esconderá la verdad, sino por el contrario, os revelará sus obras de una manera visible y consoladora. La fe en las cosas de la tierra debe sostenerse por medio de las Sagradas Escrituras y por el Verbo de Cristo, única manera de descansar sobre una base firme.” 

En ningún otro de sus escritos se observa la precisión de estilo que domina en su tesis sobre los "Tres Principios" sus formas y sus efectos. Un pequeño extracto puede dar una idea más aproximada de su concepción que muchas páginas descriptivas. 

El libro fue editado en Basilea, en 1563, por Adam de Bodenstein, el cual dice en el prólogo, que Paracelso había sido calumniado indignamente y que muchos médicos que le denigraban se habían aprovechado de sus descubrimientos y le robaron muchas de sus ideas. 

En este pequeño volumen, Paracelso empieza exponiendo su teoría de los Tres Principios: sostiene que cada sustancia o materia en crecimiento está formada de Sal, de Azufre y de Mercurio; la fuerza vital consiste en la unión de los tres principios; hay pues, una acción triple, siempre en acción para cada cuerpo; la de purificación por medio de la sal; la de disolución y consumición por el azufre, y la de eliminación por el mercurio

La sal es un álcali; el azufre un aceite, el mercurio, un licor (el agua), pero cada una de las materias tiene su acción separadamente de las otras. En las enfermedades de cierta complicación, las curas mixtas son indispensables. 
Hay que poner el mayor cuidado en el examen de cada enfermedad; reconocer si es simple o de dos especies o triple; si procede de la sal, del azufre o del mercurio, y qué cantidad contiene de cada elemento o de todos; cuál es su relación con la parte adyacente del cuerpo, a fin de saber si es conveniente extraer de ella, ya sea el álcali, el aceite o el licor; en una palabra, el médico debe procurar no confundir dos enfermedades. 

La Virtud —añade Paracelso— Es la cuarta columna del templo de la Medicina, no ha de fingir; significa el poder que resulta de ser un hombre en la verdadera acepción de la palabra y de poseer no sólo las teorías respecto del tratamiento de la enfermedad, sino el poder de uno mismo.” 

El verdadero médico, lo mismo que el verdadero sacerdote, es ordenado por Dios. Respecto a esto, dice Paracelso lo siguiente: 

Aquél que puede curar enfermedades es médico. Ni los emperadores, ni los papas, ni los colegas, ni las escuelas superiores pueden crear médicos. Pueden conferir privilegios y hacer que una persona que no es médico, aparezca como si lo fuera; pueden darle el permiso para matar, mas no pueden darle el poder de sanar; no pueden hacerle médico verdadero si no ha sido ya ordenado por Dios

El verdadero médico no se jacta de su habilidad ni alaba sus medicinas, ni procura monopolizar el derecho de explotar al enfermo, pues sabe que la obra ha de alabar al maestro y no el maestro a la obra.” 

Hay un conocimiento que deriva del hombre y Otro que deriva de Dios por medio de la luz de la Naturaleza. El que no ha nacido para médico, nunca lo será. El médico debe ser leal y caritativo. El egoísta muy poco hará a favor de sus enfermos. Conocer las experiencias de los demás, es muy útil para un médico, pero toda ciencia de los libros no basta para hacer médico a un hombre, a menos que lo sea ya por naturaleza. Sólo Dios da la sabiduría médica.” 

En el capítulo II describe las tres maneras como la sal limpia y purga el cuerpo diariamente por la voluntad del Archeus o la fuerza vivificante, inherente a cada órgano. En el mundo elemental hay varias especies de álcalis, como la casia que es dulce, la sal gema que es agria, el acetato de estaño que es acerbo; la coloquíntida, que es amarga. Determinados álcalis son naturales, otros son extractos, otros se hallan coagulados y obran por expulsión o por transpiración o por otros medios. 

En el capítulo III viene explicada la acción del azufre corporal. Dice así: 

"Cada enfermedad resultante de lo superfluo en el cuerpo, tiene su antídoto en la mixtura elemental; de suerte que con la genera de las plantas y de los minerales, puede descubrirse el origen de la enfermedad; la una descubre el otro. El mercurio absorbe lo que la sal y el azufre rechazan. Así sucede con las enfermedades de las arterias, de los ligamentos, de las articulaciones y de las coyunturas. En estos casos el mercurio fluido debe ser administrado de la dolencia. Lo esencial de la enfermedad reclama lo esencial que la Naturaleza indica como remedio

Es preferible —dice— denominar a la lepra enfermedad de oro, ya que con el nombre indicamos en sí el remedio. Es mejor también llamar a la epilepsia enfermedad del vitriolo, toda vez que con el vitriolo se cura." 

Verdaderamente, mis predecesores no me han ilustrado mucho en el arte de curar. Este arte se esconde misteriosamente en los arcanos de la Naturaleza. Por eso me esfuerzo yo en profundizarlo y mis teorías todas tienden a probar la fuerza vivificante del Archeus.” 

En el capítulo V trata de las enfermedades encarnativas y de su origen. 

Estas enfermedades —escribe Paracelso— derivan todas del mercurio. Las heridas y úlceras, el cáncer, las erisipelas pueden curarse solamente por las varias fuerzas mercuriales de los minerales y de las plantas. Cada médico debe buscarlas, descubrirlas por sí mismo, a fin de que sepa qué cantidad de materia mercurial contienen y pueda prepararlas. Dichas fuerzas las hallará en el grado de calor apropiado, con el fin de extraer la esencia de la masa.” 

Podréis titularos doctores cuando sepáis manejar cada sustancia para sacar de ella el remedio adecuado. La práctica es indispensable; las teorías no son suficientes.” 

En el capítulo VI trata de la destilación de los bálsamos compuestos de sustancias absorbentes y de percusivos sulfúricos, y da a conocer un sinfín de fórmulas, debidas todas a su experiencia. 

Capítulo VII. Termina el libro con una larga disertación sobre el Archeus, el “corazón de los elementos”, de fuerza creadora y vivificante. 

Debido a esta fuerza nace el árbol de una pequeña semilla. El poder de los elementos hace que la planta viva y se desarrolle. Por esta misma energía los animales se nutren y crecen. Asimismo, esa fuerza en el cuerpo humano; cada órgano tiene su energía propia que lo fortifica y lo renueva; de no ser así, perecería. Por esto, la fuerza del Archeus es en cada uno de los miembros del cuerpo humano, la fuerza creadora y vivificante del Macrocosmos y del Microcosmos.” 

PARACELSO, MÍSTICO 

Paracelso fue ciertamente un místico. Su filosofía espiritual fue hija de su precoz conocimiento del neoplatonismo; tenía por base la unión de Dios, unión por la cual el espíritu del hombre procuraba vencer las malas influencias, descubrir los de la Naturaleza, conocer el bien, discernir el mal y vivir siempre dentro de la fortaleza divina. 
Esta unión con el Eterno iluminaba los ojos de los místicos a través de las brumas y oscuridades de los sistemas éticos y teológicos en boga. Los Entregados en cuerpo y alma al misticismo se volvían hacia el trono del Señor, morada de la Sabiduría, de la Verdad y de la Justicia

Paracelso supo ver la mano de Dios en toda la Naturaleza; en lo profundo de las montañas, donde los metales esperan su voluntad; en la bóveda celeste, donde “por Él se mueven el Sol y las estrellas”, en las riberas, donde su liberalidad vierte toda suerte de alimentos y la bebida para el hombre; en los verdes prados y en los bosques, donde crecen miríadas de hierbas y de frutos bienhechores; en las fuentes que proporcionan sus dotes curativas. Vio en el fin, que la tierra era la gran obra de Dios y que era preciosa a sus ojos. 

Paracelso era una inteligencia fuerte y clara. Era bueno y era sabio. Su vida errante no le despojó jamás de esa bondad que constantemente hizo resplandecer los generosos impulsos de su alma. Sentía como un artista y pensaba como un filósofo; por esto supo hermanar las leyes de la Naturaleza con las del Alma. Esta sensibilidad artística que nunca le abandonaba, constituyó el puente entre el Paracelso hombre y observador visionario de la Realidad, puente maravilloso que descansaba sobre las traviesas de una nueva humanidad; el Renacimiento. Y sobre este puente audaz avanzó la construcción del Universo, del cual fue Paracelso uno de sus más grandes arquitectos; que no fue otra cosa, que la declaración de los principios del progreso espiritual. Completada poco más tarde por Giordano Bruno, poeta, filósofo, artista e investigador de la Naturaleza. 

Como las olas del mar, el sentimiento de la Naturaleza se extendió desde Paracelso hacia los hombres del porvenir. Comenius y Van Helmont entre ellos. Estos comprendieron igualmente consagración de las investigaciones, y la alegría inefable de descubrir las Leyes Divinas. Paracelso poseía esa propiedad que aún hoy admiramos en los místicos clásicos. Veía a Dios en la Naturaleza como lo veía también en el microcosmos, y por la meditación fue tocado de la gracia Divina. Sus conclusiones filosóficas forman la moral de un humanismo cristiano. La confraternidad íntima de los hijos de Dios debe nacer de una humanidad bien ordenada, del saber humano y del inapreciable valor del alma, en cada uno de sus miembros. 

Este Universo de formas y de fuerzas infinitas es en su unidad y en su interdependencia la revelación de las leyes de Dios; la Naturaleza se halla en todas partes; en la tierra, donde obra sus milagros el sembrador al confiarle la semilla; en las montañas, donde mueren los árboles viejos para dar lugar a los que nacen; en las florestas murmurantes; en los setos; en los lagos, donde el Sol juega con las aguas; en todas partes es viva y eterna la madre Naturaleza. 

Paracelso la ha encuadrado mediante vistosas imágenes, acertadas comparaciones, ingeniosas alegorías y profundas parábolas. En lenguaje rico y jugoso nos presenta el curso de las estaciones, su proximidad y su fin. Nos pinta la primavera, cuando los nuevos ritmos se balancean gozosos por el aire; el verano, cuando la joven vida camina hacia la cosecha y el tiempo revela la madurez de los frutos; el otoño, cuando la labor toca a su fin y la vida languidece, y finalmente, nos describe el invierno haciéndonos sentir la dulce visión de una muerte sedosa y apacible

Como buen cristiano siguió las enseñanzas de Jesús. “Dios quiere de nosotros nuestros corazones —dice en el Tratado de las Enfermedades Invisibles—, y no las ceremonias, ya que con ellas la fe en El perece. Si queremos buscar a Dios, debemos buscarle dentro de nosotros mismos, pues fuera de nosotros no le hallaremos jamás.” Toma por un punto de apoyo la Vida Eterna, descrita por los Evangelios y en las Escrituras, donde encontramos todo cuanto necesitamos, todo, en absoluto. 

Sólo en Cristo hay salud, y por nuestra fe sincera seremos salvados. La fe en Dios y su Hijo nos basta. Lo que nos salva es la infinita misericordia de Dios, que perdona nuestros errores. El Amor y la Fe son una misma cosa: El amor deriva de la Fe y el verdadero cristianismo se revela en el Amor y en las obras del Amor.” 

Creía que la perfección de la vida espiritual estaba designada por Dios para todos los hombres y no solamente para algunos ermitaños, monjes y religiosos que no disponían de ningún mandato especial del Señor para asumir la exclusiva de una santidad, a la cual muy pocos puede llegar. 

El reino de Dios —añade Paracelso— contiene una relación íntima con nuestra vida de fe y de amor, un sinfín de misterios que el alma penetrante va descubriendo uno por uno. Son los misterios de la provincia de Dios, que todo aquél que investigue encontrará; son los misterios de la unión con Dios; es el tabernáculo secreto, las puertas del cual se abrirán a todo aquél que llame. Y los hombres que saben escrutar y llamar son los profetas y los bienhechores de su reinado. A ellos son entregadas las llaves que han de abrir los tesoros de la tierra y de los cielos. Y ellos serán los pastores, los apóstoles del mundo.” 

Más adelante habla de medicina en los términos siguientes: “La Medicina se funda sobre la Naturaleza, la Naturaleza es la Medicina, y solamente en aquélla deben buscarla los hombres. La Naturaleza es el maestro del médico, ya que ella es más antigua que él, y ella existe dentro y fuera del hombre. Bendito pues, aquél que lee los libros del Señor, y que camina por la senda que Él le ha trazado. Esos son los hombres fieles, sinceros, perfectos de su profesión andan firmes bajo la plena luz del día de la ciencia y no por los abismos oscuros del error... Porque los misterios de Dios en la Naturaleza son infinitos. Él trabaja donde quiere, como quiere, cuando quiere. Por esto debemos investigar, llamar, interrogar. Y la pregunta nace; ¿Qué clase de hombre debe ser aquél que busca, llama e interroga? ¡Cuán verdadera deberá ser la sinceridad de tal hombre, cuán verdadera su fe, su pureza, su castidad, su misericordia! 

Ningún médico puede decir que una enfermedad es incurable. Al decirlo, reniega de Dios, reniega de la Naturaleza, desprecia el Gran Arcano de la Creación. No existe ninguna enfermedad, por terrible que sea, para la cual no haya previsto Dios la cura correspondiente.” 

Paracelso, como hemos visto, era un místico y un cabalista perfecto, dentro del más puro espíritu cristiano. Aceptó, sin embargo, muchas de las creencias tan en boga en su época referentes a los poderes ocultos y a las fuerzas invisibles. 
Creía, asimismo, en la existencia real de los elementales, esto es, en los espíritus del fuego, a los cuales daba el nombre de acthnici, en los del aire, que denominaba melosinae, en los del agua que llamaba nenufdreni, y en los de la tierra, que nombraba pigmaci. Además, admitía la realidad de las dríadas, a las cuales llamaba durdales, y a los espíritus familiares (los dioses lares de los romanos), que él denominaba flagae. Afirmó igualmente la existencia del cuerpo astral del hombre, que llamaba aventrum, y la del cuerpo astral de las plantas, al que dio el nombre de leffas

Así mismo trató profundamente de la levitación, que fue llamada por él, mangonaria, y muy especialmente de la clarividencia, que denominaba nectromantia. Creía en los duendes, fantasmas y en los presagios. Esto Último ha perjudicado mucho la fama de Paracelso, pero quizá dentro de un porvenir no muy lejano sirva para admirarle como un visionario que se anticipó a las afirmaciones hechas por los modernos metapsiquistas comprobadas por esos investigadores del Más Allá. 

Su Arxidoxo Mágico, libro sobre amuletos y talismanes, es también muy interesante, ya que en él expone su conocimiento de la inmensa fuerza del magnetismo. Combinó metales bajo determinadas influencias planetarias, con el objeto de fabricar talismanes contra ciertas enfermedades, siendo el más eficaz de ellos el que denomina Magnéticum Mágicum. Este talismán se compone de siete metales (oro, plata, cobre, hierro, estaño, plomo y mercurio) y lleva grabados signos celestes y caracteres cabalísticos. 

Consideraba, asimismo, que las piedras preciosas poseían propiedades ocultas para curar determinadas enfermedades. Las sortijas y medallas en las cuales se montaban, dichas piedras tuvieron por nombre gamathei. Cada uno de esos dijes poseía virtudes especiales. Una de sus piedras preferidas era la llamada bezoar, que no precede de las montañas ni de las minas, sino que se forma, en el, de ciertos animales herbívoros, por acreciones concéntricas de fosfatos de cal, que el estómago no pudo expulsar. 

Sus opiniones respecto a las piedras preciosas fueron adoptadas por los miembros de la “Rosa+Cruz”, los cuales elaboraron las interpretaciones físicas y espirituales de los poderes misteriosos del diamante, del zafiro, de la amatista, del topacio, de la esmeralda y del ópalo

MUERTE DE PARACELSO 

Muchas leyendas se inventaron alrededor de su muerte, Unos decían que los médicos de Salzbourg habían contratado un rufián para que le siguiese a todas partes durante la noche, con el objeto de precipitarle a un abismo; otros nos cuentan que le dieron de beber vino emponzoñado; pero gracias al testimonio del doctor Aberle, podemos hoy descartar esas viles suposiciones. 

Lo cierto es que enfermó, y que día por día su mal fue progresando, como progresó paralelamente su fortaleza de espíritu ante el cercano fin. 

Poco antes de morir se ocupaba aún en escribir sus meditaciones sobre la vida espiritual. Uno de los últimos fragmentos, que no pudo terminar, iba encabezado así; “Referente a la Santísima Trinidad, escrito en Salzbourg.” Dicho fragmento fue publicado por Toxites, en el año 1570. Junto con el original se hallaban varios pasajes escogidos y comentados de la Biblia, escritos en hojas sueltas. 

Los rápidos progresos de la enfermedad le sorprendieron en tan apacible ocupación. La muerte entraba silenciosa y furtivamente para extinguir la llama de su espíritu. Reconoció la pálida mano que la Intrusa le alargaba y se volvió hacia ella dulce y sosegadamente. 
Le faltaba, sin embargo, realizar el último trabajo. Disponía de algunos bienes; sus libros, sus trajes, sus drogas, sus hierbas; y era preciso distribuir todo aquello con equidad, y se veía imposibilitado de hacerlo legalmente en su laboratorio del Plaetzl. Alquiló entonces una habitación en la Posada del Caballo Blanco, en la Kaygasse, bastante espaciosa para cuarto de enfermo y a la vez despacho de sus negocios. Trasladose allí el 21 de setiembre, vigilia de San Mateo. El notario público Hans Kalbsohr y seis testigos se reunieron en torno de su lecho para escuchar y dar fe de sus últimas voluntades. 

Paracelso estaba sentado en su lecho. El primer artículo de su testamento dice textualmente: 

El muy sabio y honorable Maestro Teofrasto de Hohenheim, doctor en Ciencias y Medicina, débil de cuerpo, sentado sobre un lecho de campaña, pero con lúcido espíritu, probo de corazón, cede su vida, su muerte, su alma, bajo la salvaguardia y protección del Todopoderoso. Su fe inquebrantable espera que el Eterno Misericordioso no permitirá que los amargos sufrimientos, el martirio y la muerte de su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, sean estériles e impotentes para la salud de éste su humilde siervo.” 

Seguidamente dio las disposiciones para su entierro y escogió la iglesia de San Sebastián; más allá del puente. Allí debió ser transportado su cuerpo; quiso que le fueran entonados los salmos uno, siete y treinta. Entre cada uno de dichos salmos se repartiría dinero a los pobres que se hallasen ante la iglesia. 

La selección de los salmos es algo significativo, es la confesión de su fe y la convicción de que su vida no había de morir olvidada; antes bien, que debía pasar a la inmortalidad. 
Tan sólo vivió tres días, después de la solemne escena descrita. Indudablemente expiró en la Posada del Caballo Blanco. La Muerte no le causaba horror. La Muerte, según él, era “el fin de su jornada laboriosa y la cosecha de Dios”. 

Su fallecimiento acaeció el 24 de septiembre, día de San Ruperto, fiesta muy celebrada en Salzbourg, que aquel año cayó en sábado. El Príncipe Arzobispo ordenó que los funerales del gran médico se celebrasen con toda pompa. La ciudad se hallaba repleta de forasteros, gentes del campo y muchos extranjeros. 

Cincuenta años después de su muerte, fue abierta su tumba; se sacaron los huesos para trasladarlos a otra sepultura mejor dispuesta empotrada en uno de los muros de la Iglesia de San Sebastián

El ejecutor testamentario de Paracelso, Miguel Setnagel, hizo colocar una lápida de mármol rojo sobre la tumba, con una Inscripción conmemorativa. 

La inscripción en latín, decía lo siguiente: 

Aquí yace Felipe Teofrasto de Hohenheim. Famoso doctor en Medicina que curó toda clase de heridas, la lepra, la gota, la hidropesía y otras varias enfermedades del cuerpo, con ciencia maravillosa. Murió el día 24 de setiembre del año 1541” 


Vuestro amigo, hermano, y servidor,
Héctor Fabio Cardona...




No hay comentarios:

Publicar un comentario

Independientemente de que vuestra opinión sea favorable o no, sobre el tema publicado; nos interesa el conocer vuestro punto de vista, pues toda evaluación que se haga dentro del marco del respeto es valiosa para nosotros porque nos ayuda a corregir errores y a mejorar los aciertos.

BIENVENIDOS.

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.