(…) Se nos ha permitido la oportunidad de ser el granjero de nuestra propia huerta concediéndonos un campo fértil como lo es nuestra mente; también se nos ha proporcionado las semillas para esparcir, para sembrar, para cultivar y cosechar, para que éstas nos abastezcan con los frutos que recolectemos de ellas beneficiándonos en todo lo que se nos pueda ofrecer en la vida.
Estas semillas guardan para cada uno de nosotros lo suficiente, lo indispensable para el cumplimiento de nuestra labor, de nuestra misión en este plano terrenal. Tenemos en nuestro poder buenas y malas semillas y se nos ha otorgado también el libre albedrío para sembrar las que elijamos de acuerdo a nuestra moral, a nuestro conocimiento, a nuestro adelantamiento espiritual.
Si optamos por la semilla correcta; ésta nos proporcionará los medios necesarios, así como de las herramientas adecuadas para facilitar nuestra labor en la búsqueda del progreso intelectual, moral y espiritual. Sólo debemos ser prudentes, vigilantes de nuestros propios actos, esforzándonos por alcanzar la excelsitud de nuestros pensamientos cotidianos, cultivándolos a través de la moral aplicada con constancia, con firmeza; pero a la vez con dulzura, en cada una de nuestras acciones diarias con la disciplina y el esfuerzo que realicemos por aprender, por instruirnos, así como el bien que hagamos a nuestro propio espíritu con el conocimiento adquirido y la aplicación de las leyes espirituales en ésta, nuestra presente cruzada.
Por otro lado; también estamos en posesión de semillas infectas que dormitan en nuestro ser, que están en estado latente en espera de engendrar vicios y mil quimeras en nosotros.
Sí cedemos a los goces del cuerpo, a las banalidades, estaremos consintiendo su gestación; éstas germinarán, se desarrollarán, nos cubrirán, y nos confundirán, desviándonos del camino recto hacia la perversidad, hacia la ignorancia a través del laberinto del desespero, de la ofuscación, de la incomprensión, de la deshonestidad, y de todo tipo de deseos e inclinaciones vulgares, aferrándonos aún más a nuestra pasajera envoltura carnal, a las voluptuosidades, al materialismo propio de este plano de expiación y prueba, oscureciendo nuestro espíritu con cada falta, con cada error cometido; sujetándonos a este plano terrenal, encadenándonos a las bajas pasiones, esclavizándonos al lujo, al DINERO, a los bienes materiales y renunciando a nuestra propia libertad por la avaricia.
(…) téngase en cuenta que una de las facetas de la avaricia consiste también en retener, en acumular el conocimiento adquirido, y no compartirlo…eso es egoísmo; máxime cuando creemos incapaces a nuestros hermanos...
…Sin embargo, muchos podremos decir; “EL DINERO NO ES MALO” En ello convengo hasta cierto punto si se mira sólo con los ojos de la materia y no con los ojos del espíritu. Y no es que el dinero sea corrupto por sí mismo; se vuelve ilegítimo cuando llega por vías dudosas a las manos del humano ambicioso por el mal destino que le da al imponer su ley, al subyugar al hermano por codicia, por insaciabilidad, y por su deseo enfermizo de adquirir cada vez más riquezas.
Tengamos siempre presente que bien podremos cosechar frutos dulces, como también es factible que cosechemos frutos amargos de acuerdo a nuestro proceder, de acuerdo a nuestras decisiones; y según sea la semilla que hayamos plantado a través de nuestro libre albedrío con nuestras acciones, así será la cosecha, porque el terreno fértil de nuestra mente es como una pizarra en blanco dónde podemos escribir lo que deseemos sin que nadie nos lo impida hacer; entonces, todo lo que decidamos sembrar en ella, dará su fruto correspondiente, y de acuerdo a su naturaleza, de acuerdo al terreno donde se cultive, de acuerdo a la pureza del agua que la riegue, y de acuerdo a la poda constante que se realice para eliminar la mala hierba que impida su buen desarrollo; se nutrirá con nuestros pensamientos, los asimilará y crecerá según sea cultivada, según sea resguardada, echando raíces profundas; pero si nos dejamos entorpecer por la ociosidad, por la pereza que es la madre de todos los vicios y las ruinas, por la avaricia ante el brillo del oro sin labor honesta que la anteceda, o por el orgullo y la soberbia; entonces debemos de saber anticipadamente que nos sobrevendrán los cobros por todo el bien que hemos dejado de hacer, como también por el mal que hayamos infringido a nuestros hermanos.
-RECORDEMOS QUE AL FINAL DE NUESTRA EXISTENCIA, TENDREMOS QUE DAR CUENTA DE TODO LO QUE SE NOS HA ENCOMENDADO-
Pregunto ¿Cómo es que se pretende obtener la suavidad, la dulzura, lo provechoso de un fruto, si lo que depende de nosotros para lograr tal resultado lo hacemos contrariamente a su naturaleza? Todo tiene su orden, su prioridad, todo se debe a un sacrificio, a una constancia y a la disciplina para saber aprovechar aquello que gratis nos brinda la naturaleza; sólo debemos seguir su ley, y entonces la recompensa hará presencia en nosotros, extenderá sus brazos para cobijarnos con las mieles de sus frutos para nuestro aprovechamiento.
Entendamos entonces que nuestra naturaleza humana es como las plantas; que según sean cultivadas, así mismo será la calidad de los frutos. Según nuestros actos, así serán los resultados que obtendremos en vuestras vidas.
Por lo tanto; no debemos acusar a nadie por lo reveses y abrojos que encontremos en el camino por nuestro errado proceder. Somos nosotros quienes nos conducimos a tormentos voluntarios probando la amargura de los frutos malamente cultivados. Tampoco debemos culpar a otros por nuestra irreflexión, porque, aunque otros sean quienes causen directamente nuestra aflicción, nuestro dolor; estos no son más que la vara con la cual seremos medidos por nuestras faltas cometidas, y finalmente seremos nosotros los únicos responsables de todo cuanto acontezca y sobrevenga en nuestra vida corporal y espiritual, siendo forzoso en ese instante, la reflexión de la cual hemos huido.
Miremos hacia atrás, hacia nuestro pasado con imparcialidad, y reconozcamos con honestidad aquellas espinas que hemos dejado a nuestro paso; me refiero a las ofensas, a las calumnias, a la maldad etc., así como las piedras de tropiezo que hemos tirado en el camino de nuestros hermanos por simple envidia, el mal que consentimos a través de nuestra impiedad, y el bien que dejamos de hacer.
Estamos a tiempo de enderezar nuestro sendero; tomemos las riendas de nuestra vida, evitemos ser devorados por los apetitos insanos, por las sensaciones que nos precipitan con desenfreno al abismo de nuestra propia inmolación. Con esto quiero decir que nos apeguemos a todo el bien que podamos hacer.
Si todo lo tenemos dispuesto para el bien, ¿por qué utilizarlo para el mal? Es hora de destruir las caretas que ocultan la perversidad, y dedicarnos a emblanquecer nuestros espíritus renunciando a todo aquello que se encuentre apartado de la buena moral, de las buenas costumbres; sólo así nos libraremos del correctivo que está sujeto a la ley de la causa y el efecto.
Hermanos; el pedir perdón por nuestras ofensas a nuestro hermano o a Dios, es simplemente un acto de arrepentimiento, más no una forma de eludir las consecuencias por el mal que hemos causado. El reconciliarnos es una manera digna, sincera de querer cambiar, para evitar reincidir en malas acciones y obtener el perdón; con lo cual podría decirse que atenuamos nuestras faltas pero no seremos eximidos de la reparación por el mal causado, teniendo que vivir en carne propia el mal infringido a nuestros hermanos. Todo acto tiene su justicia; y así como una buena acción es buenamente recompensada, de igual manera un mal proceder tiene su expiación tarde o temprano.
Es bien necio el ser humano que por voluntad propia y de acuerdo a su libre albedrío se somete a los caprichos de la materia, dando rienda suelta a sus deseos y a la maquinación del mal, siendo conocedor de los tormentos que lo aguardan; como inconsciencia es persistir en el error y complacerse con el dolor ajeno, con el mal que aqueja a los demás, alimentándose con el egoísmo, con la avaricia, y pensando equivocadamente que para salir adelante es necesario turbar a los demás, que para que nuestra vida brille se hace indispensable opacar la de nuestros hermanos, menospreciándolos, humillándolos, sometiéndolos a la burla, al escarnio público, a la murmuración por simple perversidad.
El egoísmo es el motor de las diferencias, de las discusiones y disputas. Todos pensamos en lo mío y en lo de él. Es ahí donde se originan las rivalidades, los celos, los odios, los rencores y la envidia, al enterarse que uno tiene más que el otro, o por qué este vive mejor que aquél, subordinándonos nuevamente a la avaricia nacida de la vil envidia, con la falsa creencia de ser felices si somos ricos y poderosos; pero en realidad lo que hacemos es alejarnos de la verdadera esencia del espíritu, encadenando cada vez más el alma a este plano terrenal, sujetándola, doblegándola con el deseo, con la necesidad de la envoltura grosera que es el cuerpo para el espíritu, y con las necesidades en cuestión de materia que el organismo ambicioso y corrupto cree necesitar.
¿De qué le sirve a el humano predicar sermones aprendidos de memoria, hablar persuasivamente sobre la moral, expresar un amor fingido que brota de sus labios más no de su corazón, cuando en realidad sólo procura robustecer su ego mediante elocuentes discursos con abundantes palabras insignes para ser elogiados sin preocuparse de enseñar mediante el ejemplo? Debemos ser constantes, firmes y leales con nuestros compromisos para poder cumplirlos.
Cuando preferimos las semillas de la cizaña, de la cobardía, del embuste y de la ingratitud para cultivar, debemos de saber que hemos mal logrado un campo donde todas las condiciones estaban dadas para cosechar buenos frutos, para que nuestras vidas fuesen libres, prósperas en todo sentido; pues a través de la práctica de las virtudes se logra la excelsitud, la humildad y el verdadero bien hacia nuestros hermanos, hacia la humanidad.
No pretendamos entonces en los momentos de aflicción, de desespero o de enfermedad, tapar el Sol con el mismo dedo que acusamos, que señalamos; porque sin darnos cuenta, mientras culpábamos a nuestros hermanos con un dedo; nuestra propia mano nos señalaba con tres, a nosotros mismos como culpables, como trasgresores.
Reflexionemos, meditemos, guardemos silencio, seamos indulgentes con las faltas de nuestros hermanos ante su ignorancia, y seguramente obtendremos el mismo favor cuando nos encontremos en la balanza de la justicia Divina exponiendo nuestras culpas, y arrepentidos solicitando benevolencia y perdón.
Recordemos que la humildad, el amor y la Caridad, enaltecen al humano, elevan el espíritu, encaminándolo por el sendero de la evolución, pero no aquella evolución basada en títulos terrenales, en pergaminos ni premios obtenidos en las aulas de una ciencia precoz e inexacta, ni de aquella que encumbra a quienes vislumbran el rayo de luz pero que desconocen su fuente, su emisor; ni tampoco de aquellos a quienes a través de sus cerebros orgullosos se erigen como lumbreras de una humanidad adormecida; porque aún ellos son ignorantes como todos nosotros, de nuestra verdadera razón de ser en este mundo. (…) “CIEGOS GUIANDO CIEGOS”
Me refiero a esa evolución espiritual que denota su luz a quien la posee sin necesidad de mencionarla; (…) “PORQUE ASÍ COMO UNA LÁMPARA NO NECESITA DECIR QUE EMITE LUZ, LAS BUENAS PERSONAS TAMPOCO NECESITAN DECIR QUE LO SON” Sólo basta su acto silencioso a través de su altruismo, de su humildad, de la caridad con la cual sirve a sus hermanos, y con la cual aprende que; (…) “LO QUE SABEMOS ES UNA GOTA DE AGUA, Y LO QUE IGNORAMOS ES EL OCÉANO”…máxima, y absoluta verdad inmortalizada por Isaac Newton.
Por lo tanto; no nos enorgullezcamos con un saber que apenas empieza a florecer en nosotros, no confundamos el conocimiento con la sabiduría, ni permitamos que esa supuesta superioridad de saber algo nos lleven a tratar livianamente a nuestros hermanos o despreciarlos por carecer de un diploma, de una virtud, o de un don; ni por la falta del conocimiento con el que se nos haya favorecido, porque éste saber ha sido concedido quizá por merecimiento, por esfuerzo, o por capacidad. Indistintamente de la razón por la cual se haya otorgado, debemos saber que se pedirá mucho al que ha recibido mucho, ya que el conocimiento es conferido al ser humano para esparcir, para ilustrar, y no para humillar ni enorgullecerse con lo poco que sabe, y que, en la mayoría de las veces ni alcanza a comprender.
Entonces tomemos de la mano al humilde; y con amor, seamos buenos maestros como lo han sido con nosotros, dando la oportunidad que la semilla que se nos ha dado, germine buenamente y dé los frutos de la abundancia y la reciprocidad. No dejemos que la buena semilla se seque egoístamente en el granero, ni las enseñanzas queden sólo en los libros; como tampoco hablemos de amor sin antes haber plantado ésta semilla en nosotros mismos, porque al menor contratiempo, será nuestro orgullo el que nos acalore ante los insultos, críticas o burlas de nuestros hermanos, y no el amor que apacigua, que orientar, que guía y que enseña.
Vuestro amigo, hermano y servidor,
-Héctor Fabio Cardona-
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