A León Denis...
«Del ayer desprendo una página de amor y fe; qué Filósofo del principio de los Miuras, en el recuerdo de ésta, recoge mi Plegaria con cariño ¡oh! buen Espíritu de mi Padre Celestial.»
EL ESTUDIO
El estudio es la fuente de dulces y nobles goces; nos libera de las preocupaciones vulgares y nos hace olvidar los males de la vida. El libro es un amigo sincero que nos pone buena cara lo mismo en los días felices que en los de mala fortuna. Hablamos del libro serio, útil, que instruye, consuela y reanima; y no del libro frívolo que distrae y con harta frecuencia desmoraliza.
¿No se penetra lo bastante en el verdadero carácter del buen libro? Es como una voz que nos habla a través del tiempo y nos relata los trabajos, las luchas y los descubrimientos de aquellos que nos precedieron en el camino de la vida, y que en provecho nuestro suavizaron sus asperezas.
¿No constituye una de las escasas felicidades de este mundo el poder comunicar por medio del pensamiento con los grandes Espíritus de todos los siglos y de todos los países?
Ellos pusieron en sus libros lo mejor de sus inteligencias y de sus corazones. Nos llevan de la mano por el interior de los laberintos de la historia, nos guían hacia las elevadas regiones de la ciencia, del arte y de la literatura. Al contacto con estas obras que constituyen los bienes más preciosos de la humanidad, compulsando estos archivos sagrados nos sentimos engrandecer, nos consideramos satisfechos de pertenecer a las razas que nos suministran tales genios. El esplendor de su pensamiento se extiende sobre nuestras almas, las reconforta y las exalta.
Sepamos elegir buenos libros y acostumbrémonos a vivir entre ellos, en relación constante con los Espíritus elegidos. Rechacemos con cuidado los libros inmundos escritos para halagar las bajas pasiones. Guardémonos de esa literatura relajada fruto del sensualismo, que deja tras de sí la corrupción y la inmoralidad.
La mayor parte de los hombres pretenden amar el estudio, y objetan que les falta tiempo para dedicarse a él. Sin embargo, muchos de ellos consagran veladas enteras al juego y a las conversaciones ociosas. Se arguye también que los libros cuestan caros, cuando se gasta en placeres fútiles y de mal gusto más dinero del que haría falta para hacerse de una rica colección de obras. Además, el estudio de la Naturaleza, el más eficaz y el más reconfortante de todos, no cuesta nada.
La ciencia humana es falible y variable. La Naturaleza no lo es. No se desmiente nunca. En las horas de incertidumbre y de desaliento, volvámonos y nos mecerá en su seno. Nos hablará un sencillo y dulce lenguaje en el que aparecerá la verdad sin artificio ni desfiguraciones. Pero ese lenguaje apacible muy pocos saben escucharlo y comprenderlo.
El hombre lleva consigo hasta en el fondo de las soledades sus pasiones y sus agitaciones interiores, cuyos rumores encubren la enseñanza íntima de la Naturaleza. Para discernir la revelación inmanente en el seno de las cosas, es preciso imponer silencio a las quimeras del mundo, a esas opiniones turbulentas que perturban nuestras sociedades; es preciso recogerse, hacer la paz en sí y alrededor de sí. Entonces todos los ecos de la vida pública callan; el alma entra en sí misma, recobra el sentimiento de la Naturaleza y de las leyes eternas y comunica con la razón suprema.
El estudio de la Naturaleza terrestre eleva y fortifica el pensamiento, pero ¿qué decir de la visión de los cielos?
Cuando en la noche apacible se enciende la bóveda estrellada y comienza el desfile de los astros; cuando de los núcleos estelares y de las nebulosas perdidas en el fondo de los espacios desciende hasta nosotros la claridad temblorosa y difusa, una misteriosa influencia nos envuelve, un sentimiento profundamente religioso nos invade. ¡Cómo desaparecen en esa hora las vanas preocupaciones! ¡Cómo nos penetra, nos abruma y nos hace doblar las rodillas la sensación de lo inconmensurable! ¡Qué adoración muda se eleva de nuestro corazón!
La tierra boga -frágil esquife- por los campos de la inmensidad. Boga arrastrada por el potente Sol. Por todas partes a su alrededor, existen profundidades inmensas que no se pueden sondar sin experimentar el vértigo. Por todas partes también a distancias enormes, hay mundos y más mundos, islas flotantes mecidas por las olas del éter. La mirada se niega a contarlos, pero nuestro Espíritu los considera con respeto y con amor. Sus sutiles rayos le atraen. Enorme Júpiter, y tú, Saturno, al que rodea una franja luminosa y coronan nueve lunas de oro; soles gigantescos de luces multiformes, esferas innumerables: os saludamos desde el fondo de los espacios... Mundos que brilláis sobre nuestras cabezas, ¿qué ocultáis?... Quisiéramos conoceros, saber qué pueblos, qué ciudades extrañas, qué civilizaciones se extienden sobre vuestra superficie... Una intuición secreta nos dice que reside en vosotros la felicidad buscada en vano en la Tierra.
Mas ¿por qué dudar y temer? Esos mundos son nuestra herencia. Estamos destinados a recorrerlos y a habitarlos. Visitaremos esos archipiélagos estelares y nos penetraremos de sus misterios. Nunca tendrá un término nuestra carrera, nuestros ímpetus, nuestros progresos, si sabemos ajustar nuestra voluntad a las leyes divinas y conquistar con nuestras acciones la plenitud de la vida en posesión de los goces celestiales inherentes a ella.
León Denis…
Hermosa enseñanza la amo
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