lunes, septiembre 14, 2020

La emisión de juicios


“Entendido está que la envidia es la madre de todas las maldades. ¿Cuántas son las materias que quisieran mi destrucción, aunque su propio espíritu, fuera mi propio amigo? Sólo quiero recordarles, que es la materia, un armaje pasajero.”
Ismael Garzón Triana…

La emisión de juicios.

Quiero hablaros en esta ocasión sobre uno de los innumerables vicios que rodean al ser humano; se trata de una enfermedad insidiosa, un mal que se propaga con cierta facilidad por todas las esferas de la sociedad, ensombreciendo el espíritu, incubándose de manera alarmante en la mentalidad de quienes comulgan con este tipo de prácticas y de pensamientos, echando raíces, enquistándose como una tumefacción maligna en el Periespíritu de quienes le brindan abrigo. Esta enfermedad deliberada y consentida por el libre albedrío del ser humano, no es más que la nociva emisión de juicios.

Señalar, juzgar, expresarse mal de los demás, es una práctica demasiado común en estos tiempos por el vacío espiritual, resultado de la falta de amor ante la pérdida de los valores morales, lo que está conduciendo al ser humano hacia los abismos insondables de la ignorancia, que no es más que oscuridad para los espíritus; y lo peor es que el maledicente sin bases ni argumentos, se obstina, se empecina, y hasta se recrea en el mal hábito juzgar, de infamar, o conjeturar sobre lo que no le consta y que tampoco conoce; así mismo, es fácilmente influenciado por la turba, por la manada, y por la fuerza oscura de la perversidad que yace en su alma enferma y desdichada, lo que lo excita con cierta complacencia a deshonrar a sus hermanos.

Se emiten juicios ligeros tanto en contra del infame, como en contra del virtuoso, por comentarios de personas envidiosas, rencorosas, recelosas, sin paz en su corazón, que sólo sienten alivio hablando mal de sus hermanos, por la esencia dañina de su naturaleza.

Sabed hermanos míos que El MALEDICIENTE se nutre con el resentimiento, con la satisfacción vulgar y malévola propia de su hablar, con la intención de destruir y erigirse en juez y verdugo de las faltas de sus hermanos; EXCUSA Y DISFRAZ utilizados por él, para no revelar sus propios errores, sus falencias y sus agravios, sin darse cuenta que su actitud, las expresiones y palabras execrables que expele a cada momento, deshonran y desnudan su propia alma cicatera. Es a través de esta práctica insidiosa, cuando el espíritu ruin pasa del simple comentario a la mala intención por su ceguera espiritual; y ante una acción repetitiva sin aparente importancia como un simple comentario –REPITO- de lo que no conoce, va dando paso poco a poco a algo tan vil como la calumnia, cuya falsedad ejecutada con pérfida e encubierta pericia, alcanza el propósito de causar daño sin que se le señale de culpable; pero bien sabéis que esto consiste en tirar la piedra y esconder la mano. Acto vil, cobarde y repudiable, porque así es como se engendra y se desarrolla el embuste, aunque se pretenda aparentar el apoyo a una causa, según el grado de difamación que se deseé infringir a una persona o a una institución que sea contraria a sus desviados pensamientos o a sus mezquinos intereses, aunque carezca de elementos de juicio para hacer tal afirmación, y sin que le consten los hechos por los cuales toma partido, descuidando los aspectos realmente importantes de su vida, sólo por estar pendiente de la de los demás.

Estos cobardes y repulsivos actos, por lo general son producto de la ignorancia, de la incapacidad y de la infelicidad de la persona que, excitada siempre por la envidia espiritual, sólo ve peligro y agresión a su dignidad ante la labor desarrollada de sus hermanos, promoviendo así el estigma hacia sus semejantes. Dejarse fascinar y subyugar por la envidia, es amargarse, es negarse a sí mismo la libertad, la salud y la honra, cuando se debería de reflexionar cada palabra antes de ser pronunciada, y evitar por todos los medios, emitir señalamientos.

La siguiente es una pequeña historia que invita a la reflexión:
Un sabio fue visitado por un amigo que hacía mucho tiempo no veía, el cual, casi que, en el acto, empezó a hablar mal de otro amigo del sabio; y este le dijo, “Insensato, después de tanto tiempo me visitáis, sólo para cometer ante mí tres delitos: el primero, procurando que odie a una persona a la que amo; el segundo: para preocuparme con vuestros avisos, y hacer que pierda la serenidad; y el tercero: acusándote a ti mismo de desleal, envidioso y perverso con tus aciagos comentarios”. Más te valdría declararte víbora de una vez, y dejar de presentaros como camaleón.

La maledicencia, la calumnia y el embuste, es propio de almas enfermas; es la falta de ética, de moral, lo que impulsa a ocuparse más de la vida de los demás, que de la propia. El embuste se ha convertido en el pasatiempo favorito de muchos. Hay seres que se pasa horas y horas hablando, murmurando de otras personas, y sin darse cuenta del error que están cometiendo porque sencillamente se creen mejores. Esto lo hacen porque han perdido el sentido de la realidad, del daño que causan con el látigo de la lengua venenosa. Otras veces el error es vil e intencional, aún, hacia quienes llaman sus amigos.

Existen artistas consumados en desprestigiar y hablar mal de los demás, en hacer correr comentarios en contra de quien les cae mal, sin considerar el daño que causan a la honra de las personas. También hay los que murmuran sin aparente maldad, sólo para sentirse importantes. ¿No sabéis la última? Aquí entre nos, os contaré algo pero no lo sostengo.
Otros lo hacen maliciosamente con la intención de causar daño a alguien en particular; esto puede ser por rivalidad, por celos, por competencia, por enemistad o por antagonismo. Todo ello aguijoneado por la ENVIDIA ESIRITUAL.
Se sabe que el rasgo principal de la mentira o la verdad dicha a medias es la mala intención; y si a esto añadimos que cada oyente, cada discípulo portador de esta enfermedad; porque en eso os convertís, en discípulos del mal y transmisores de aquella enfermedad del alma, cuando prestáis vuestros oídos a embustes; y si en el momento de narrarlo a otro, le agregáis un poco más; nos encontramos entonces con absurdos que suelen acabar con el honor, la honra y la dignidad de una persona, antes de que el afectado se entere. Lo grave es que increíblemente, se utiliza la murmuración contra personas consideradas amigas, actuando con hipocresía e insidia, que nadie comprende.

Los seres humanos somos tendenciosamente egoístas, centrándonos en nuestros propios problemas; pero cuando se trata de encontrar defectos en los demás, nos afanamos y reventamos si el mundo entero no lo sabe primero por nuestra boca. Ahí sí, aprendemos a centrar la atención en otros, y dejamos nuestro YO, a un lado, convirtiéndonos en expertos en las vidas ajenas, pretendiendo ser jueces de una contravención, que quizá haya sido quebrantada infinidad de veces por quien pretende hacer justicia.

Si invirtieseis el tiempo que os lleva en hablar mal de los demás, en conoceros primero interiormente a vosotros mismos, en estudiar para alejaros de la ignorancia; descubriríais que cuando descargáis en las demás personas vuestras propias frustraciones a través de las injurias, lo que hacéis realmente es ahondar aún más vuestras incapacidades. Comentáis con cierta destreza sobre las carencias de éste o de aquél para no afrontar las propias; porque cuando os miráis en el espejo, veis los defectos de vuestros hermanos, representada en vuestra triste realidad. Entonces dejad de mostraros compasivos, benevolentes dándoos golpes de pecho dentro de los recintos, cuando en realidad las desgracias ajenas os proporcionan cierta satisfacción perversa.
Entended lo que os digo, y abandonad ya la fea costumbre de andar vilipendiando a diestra y siniestra a quienes nada os han hecho, porque debéis de saber que la vida es como un bumerang, en donde todo lo que arrojéis hacia vuestros hermanos, os será devuelto. Por lo tanto, luego no os quejéis preguntando tardíamente ¿por qué me pasa esto a mí? Recordad siempre, que, con la vara que mides, seréis medidos.

El daño causado por los malos comentarios, son muy difíciles de reparar. No siempre os dais cuenta del perjuicio, pero así es.
Se agravia, se ofende y se calumnia con un desparpajo increíble, pero si confrontáis a un charlatán de donde ha obtenido esa información, responderá: “lo escuché”, “me dijeron”, “se comentó en una conversación”, “me enteré por casualidad”. En muchos casos la infamia se basa en afirmaciones sin sentido, y en actos que nunca han tenido lugar; pero una vez que han sido pronunciadas, causan un daño muy difícil de reparar.

Aprended entonces de la siguiente reflexión.

CALUMNIAS.
Un hombre que infamó injustamente a un amigo por la envidia al ver la aceptación y el éxito que este había alcanzado; tiempo después se arrepintió de la ruina que trajo con sus calumnias a ese amigo, y visitó a un hombre muy sabio a quien le dijo:
Señor, estoy arrepentido, y quiero arreglar todo el mal que hice a mi amigo, ¿cómo puedo hacerlo?, a lo que el sabio respondió:
"Tomad un saco, llenadlo de plumas ligeras y pequeñas; ve y soltadlas por donde quiera que valláis". Luego volved aquí.
El hombre muy contento por aquello tan fácil, tomó el saco, lo llenó de plumas y en el transcurso de un día, las había soltado todas. Regresó donde el sabio, y le dijo:
"Señor, ya he terminado", entonces el sabio contestó,
"Esa era la parte fácil, ahora debes volver a llenar el saco con esas mismas plumas que soltasteis, salid a la calle y buscadlas".
El hombre se sintió muy triste, pues sabía lo que eso significaba, y no pudo juntar casi ninguna. Al volver, el hombre sabio le dijo:
"Así como no pudisteis juntar de nuevo las plumas que volaron con el viento, así mismo, el mal que hicisteis, voló de boca en boca, y el daño que deseasteis hacer, ya está hecho. Lo único que podéis hacer ahora, es pedir perdón a tu amigo, pues en verdad os digo, que no hay forma de revertir lo que habéis hecho"
Las calumnias, los rumores son informaciones alteradas, o verdades dichas a medias con mala intención. Un comentario baldío, generalmente está constituido por una serie de mentiras, o exageraciones para perjudicar a uno o varios individuos, dependiendo de la intención de quien lo genera.

La estructura de la murmuración lo conforman, el maledicente, el receptor o escucha de la calumnia, y la víctima de quien se habla en forma negativa y sin fundamento. Esto puede ir desde una simple crítica o señalamiento, hasta la invención de toda una historia en torno a un sujeto determinado para perjudicar su honra y su labor.
El que murmura hace daño a tres personas, a él mismo por la oscuridad con la cual arropa su espíritu, al que escucha por dar crédito al infame, y al ausente; víctima de quien se murmura para desprestigiar, sólo por la vil envidia.

Cuando alguien os venga a hablar mal de vuestro hermano, preguntadle si ya se lo ha hecho saber a ése hermano, y si se tiene algo que amerite reconvenirlo; hacedle ver que él, sería la primera persona que debería escuchar la reprensión, y no el público, pero lamentablemente por la falta de sinceridad, de buena moral, y ante la deshonestidad, el maledicente disimula la situación, y si se encuentra con el injuriado, le sonríe, y le saluda con palabras amables, refiriéndose con diminutivos le adula, y hasta le pasa la mano por el hombro, para luego, una manera u otra, mal hablar nuevamente de él.

La CALUMNIA destruye a la persona afectada, no sólo por las heridas que produce, sino por la dificultad de repararlas. Aunque a alguien le importe poco la opinión ajena, la calumnia abre las puertas a la duda. La calumnia tiene su mejor cómplice, en el mal interpretado refrán, que dice: “desde que el río suena…, es porque piedras trae” haciendo tambalear con la duda sembrada, hasta las más firmes convicciones acerca de la rectitud o la honradez de una persona, incluso una vez aclarada la mentira.
Se sabe de amistades sólidas que han sucumbido al insidioso enredo de las maledicencias deliberadas. El veneno de la calumnia ha roto parejas, y ha desmembrado familias enteras, al igual que ha provocado inseguridades, y sembrado discordias irreparables.

Si queréis vivir una vida más significativa, deberéis buscar la forma de dejar de “interesaros” en las vidas ajenas, y empezar a preocuparos más de las vuestras; es decir, dedicaros a mejorar y a corregir vuestros defectos. Debéis ser sinceros en vuestro trato con las personas, y ser verdaderamente comprensivos.
Si veis algo con lo que no estéis de acuerdo, o alguna cosa molesta en alguien, debéis ir directamente a él, y hablarle claramente demostrando vuestros argumentos y vuestra buena fe.
Ser honestos os aleja de la oscuridad ante la moralización de vuestro Periespíritu, ser humildes os conduce a la verdad al despejaros senderos que están negados para el orgulloso, y el ser indulgentes os abre las puertas de la virtud de la Caridad.

Sabed, que la verdad es única, y que aun vuestros sentimientos más ocultos, son una gran ventana abierta para quienes saben ver con los ojos del espíritu. Rechazad cualquier forma de maldad, limitad vuestros deseos, y limitareis vuestros males. Educad vuestro ojo, enseñadle sólo lo bueno de las personas, y os aseguro, que verán sólo lo bueno, también en vosotros.

Vuestro amigo, hermano y servidor,
Héctor Fabio Cardona.


 

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